Este ha sido un verano movido y no damos a basto con las críticas a las películas ni con análisis de los videojuegos. Y entre todas las críticas pendientes teníamos la de Enemigos Públicos, por cortesía de Avhin.
Cuando uno ve en cartel el nombre de Michael Mann espera una buena película y cuando los protagonistas son Johnny Depp y Christian Bale también espera de ellos una buena e inolvidable actuación digna de Oscars. El director de Collateral vuelve con una peli de gánsters en la que trata de retratar la vida y milagros de John Dillinger, un famoso ladrón de bancos durante la época de la Gran Depresión, dándole el toque humano a lo Robin Hood, ya que robaba a los bancos pero no el dinero de los contribuyentes. Era un todo un detalle por su parte.
La historia comienza con J. Edgar Hoover intentando reunir los fondos necesarios para fundar la famosa Oficina Federal de Investigación (el FBI) y a John Dillinger preparando una fuga masiva de todos sus socios, que andaban en prisión. A partir de ese momento, un robo tras otro y el desesperado trabajo de la Oficina de Investigación por meterle entre rejas. Para amenizarlo todo no olvidamos un romance con la primera chica bonita del local y lo amarga que es la existencia del ladrón que no puede estar con su novia sin que la policía vaya detrás de ellos.
La película resulta ser una caótica sucesión de planos cortos que acaban por confundir al espectador en un mar de rostros que resultan irreconocibles dado el escaso tiempo que permanecen fijos. Salvo por Depp y Bale, que son los únicos rostros conocidos, el resto de personajes resultan indiferentes porque resulta imposible familiarizarse con ellos. La nula empatía de los secundarios se ve reforzada por el poco carisma al que nos tiene acostumbrados Christian Bale, cuya expresión se ve congelada casi toda la cinta, como si Mann le hubiese impedido sonreír, acentuada por su excesiva delgadez. No así Johnny Depp, que en ocasiones sobreactúa dejando escapar a Jack Sparrow en la mayoría de sus gestos y sonrisas. Marion Cotillard, como chica de Dillinger, tiene un punto a su favor, ya que es el único personaje que no molesta y por el que puedes sentir algo de apego.
La puesta en escena, por el contrario, resulta impecable, como en cualquier película de Michael Mann. El vestuario está cuidado al detalle y quizá sea eso lo que hace fallar la película, pues es perfecta en cuanto a ambientación pero fría en cuanto al desarrollo de la historia. Unos planos cortos intensifican el dramatismo, pero abusar de ellos provoca caos y hastío al ser incapaces de retener las caras de los personajes.
Su excesivo metraje acaba por aburrir y cae rápidamente en la monotonía más absoluta por no distinguir los nombres de las caras.
Lo mejor: La ambientación de los años 30
Lo peor: El rostro demacrado de Christian Bale, ¿es que no les llegaba el presupuesto para maquillaje?
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